NOTIVIDA, Año VI, nº 340, 27 de marzo 2006

DÍA DEL NIÑO POR NACER: MILITANCIA PROVIDA

Mensaje de Mons. Martín de Elizalde OSB, Obispo de Sto. Domingo en 9 de Julio

En sus reflexiones sobre el Día del Niño por Nacer, el obispo de Nueve de Julio, Mons. Martín de Elizalde OSB señaló la incoherencia de luchar por los “derechos humanos” ignorando al niño que aun vive en el seno materno.

La “banalización” del aborto debería causarnos horror, es frialdad e indiferencia frente al más injusto de los crímenes, dijo el prelado, y nos exhortó a que además de denunciar los ataques a la vida humana –de gobernantes, políticos, u otros factores de poder- nos planteemos profundamente cual debería ser nuestra reacción.  

Adherimos a esta exhortación –queda mucho camino por recorrer- y confiamos en que siga en aumento la creciente reacción.

El pasado 25 de marzo, felizmente, defensores de la vida y la familia salieron a las calles en todo el país, llevando a cabo las más variadas iniciativas.

Invitamos a todos ellos a enviar sus fotos para que las podamos incorporar a la incipiente galería de imágenes que está alojada en

http://www.notivida.com.ar/Fotos_25-03-2006.html

Transcribimos a continuación el mensaje de Mons. de Elizalde

25 de MARZO: DÍA DEL NIÑO POR NACER

Queridos hermanos y hermanas:

¿Cuáles son nuestros conocimientos, nuestras actitudes, nuestros proyectos y esfuerzos con respecto a la vida humana? Al hacernos esta pregunta seguramente coincidiremos todos en la respuesta: respetar la vida, amar al hermano, proteger al débil, asistir al necesitado. Las grandes cuestiones que hacen a los derechos fundamentales, a la justicia, a la igualdad de oportunidades, al acompañamiento adecuado para cada uno y para todos, son ya aceptadas en todos los ámbitos y culturas, al menos formalmente. Ellas han sido objeto de solemnes pronunciamientos que comprometen a los Estados, a las instituciones y a la humanidad entera, ingresando incluso en los instrumentos constitucionales y legislativos. Por todo esto debemos alegrarnos, aunque es mucho lo que queda por hacer para que su aplicación sea de verdad universal, y que no se repitan las violaciones a esos derechos. Y en el plano personal, en nuestras familias y comunidades, en los muchos aspectos prácticos y cotidianos, tenemos que seguir esforzándonos por imbuirnos más de estos principios y conocer mejor lo que ellos implican, para aplicarlos con verdad y eficacia. El mensaje de Jesús ha ilustrado desde su propia misión el alcance de estos principios y ha contribuido, por la acción de la Iglesia a lo largo de los siglos, a que sean conocidos y aplicados universalmente.

La Iglesia se esfuerza, fiel a la enseñanza de Jesús y a su Evangelio, por trasmitir en toda ocasión el significado de la Creación y del misterio de la Encarnación, en su verdad intrínseca y en su repercusión en la acción de sus fieles. Toda vida humana está llamada a participar de la vida divina, a ella está orientada, de modo que en cada hermano y hermana hemos de reconocer el designio de Dios, preparado desde el mismo inicio. Toda vida es condición para que se haga presente la gracia, y siempre la misericordia del Padre dispone y ordena todas las cosas para que podamos alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Para el cristiano, la preocupación por sus hermanos nace del hecho que somos todos hijos de Dios, criaturas suyas y llamados a una idéntica vocación de eternidad. Y por eso unimos en la consideración por la vida esa dimensión trascendente, que constituye el fundamento más verdadero de la dignidad del hombre. Desgraciadamente, hay en nuestro tiempo y en nuestra sociedad un déficit muy grande en lo que hace a un aspecto de esta consideración respetuosa por la vida y los derechos de las personas.

Me refiero al aborto y a los condicionamientos que una perspectiva favorable al mismo introducen por desgracia en las conciencias. Entre los muchos aspectos que una cuestión tan compleja nos propone a todos, cristianos y no cristianos, me permito señalar algunos, con ocasión de la Jornada, en la cual los invito a todos a unirse en la oración, la reflexión y la acción. 

Se ha difundido la idea equivocada que el aborto es una alternativa legítima en algunos casos. Ese principio, ya sea por decisión legislativa o pronunciamiento judicial, es objeto de una constante “ampliación”, porque los casos que menciona son interpretados en forma cada vez más abundante y generosa, o se reclama directamente su reemplazo por una norma y una praxis más permisivas. Muchas personas de buena voluntad aceptan con pasividad tales propuestas, con el argumento que será la conciencia individual la que debe optar. De manera que, aún no condividiendo los principios errados de quienes propugnan las prácticas abortistas, hay cristianos que no perciben la gravedad de esta visión que se extiende peligrosamente en la sociedad. En primer lugar, la doctrina revelada en los Libros sagrados y a través de la tradición sobre el respeto a la vida no es para que la apliquen los cristianos solamente, sino que retoma los principios que desde el origen del hombre Dios imprimió en su corazón,  iluminando con la obra redentora la finalidad sobrenatural de la creación. Pero, en segundo lugar, la indiferencia frente al avance de las prácticas abortistas y de la promoción del aborto, lleva a la conciencia de los fieles, especialmente de los jóvenes, a una insensibilidad moral que termina por dificultar, cuando no impedir, la realización del ideal cristiano. Y por consiguiente se endurece el corazón de cuantos dejan de mantener una actitud abierta, respetuosa, hacia el misterio de la vida. Esa “banalización” del aborto debería causarnos horror, es frialdad e indiferencia frente al más injusto de los crímenes. Por eso, ante las iniciativas y declaraciones que se hacen en un sentido contrario a la vida y al genuino respeto del hombre, tenemos que cuestionarnos si todo ello acontece, porque no sabemos o no queremos declararnos por la verdad, trabajar por el bien, afirmar los sanos principios y formar en ellos a quienes están en mayor riesgo de ceder. No podemos acusar solamente a los gobernantes, a los políticos, a otros factores de poder, social, económico, ideológico, sino plantearnos con profundidad cual debe ser nuestra reacción.

“La vida humana siempre es un bien, pues es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria”, afirmaba recientemente el Papa Benito XVI. Y continuaba: “Por este motivo, el Magisterio de la Iglesia ha proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su concepción hasta su fin natural”. Y por eso invitaba a los científicos a cultivar una actitud de asombro y respeto ante el misterio del origen de la vida humana, “misterio cuyo significado la ciencia será capaz de iluminar cada vez más, aunque difícilmente logre descifrarlo completamente”, y animándose a tentar la aventura de la trascendencia.

Las palabras del Papa, dirigidas a los participantes en un congreso científico, nos recuerdan cuales deberán ser nuestras respuestas a los interrogantes del comienzo de este mensaje. No podemos parcializar nuestro aprecio por la vida, nuestro respeto por el hombre, y ello en desmedro justamente de los más débiles e indefensos. Si la lucha por los derechos humanos, la pasión por la justicia, deja afuera a los niños que viven todavía en el vientre materno, ¿qué clase de justicia, de verdad, de coherencia es? ¿Qué podremos esperar de un mundo donde los derechos son evaluados según la conveniencia o el mero sentimiento?

Que María Santísima, que llevó en su seno con amor y esperanza al Hijo de Dios, nos inspire y ayude, para que podamos con nuestra obra y nuestro testimonio proteger la vida y ayudar a descubrir en ella la gran bondad del Creador.

Nueve de Julio, marzo de 2006

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NOTIVIDA, Año VI, nº 340, 27 de marzo 2006

Editores: Pbro. Dr. Juan C. Sanahuja y Lic. Mónica del Río

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