NOTIVIDA, Año III, nº 187, 15 de noviembre de 2003 DOCUMENTO DEL EPISCOPADO ARGENTINO En el día de
la fecha, y tras concluir su 86º Asamblea
Plenaria, la Conferencia Episcopal Argentina emitió la
declaración que transcribimos a continuación: 1. La belleza de la
familia Hemos considerado su íntima belleza
que le viene, ante todo, de ser obra de Dios: “los creó varón
y mujer...”, llamándolos a la comunión del amor y a manifestar
en su ser la imagen viva de la Trinidad. En este inefable
misterio, la familia encuentra la gracia y la inspiración
necesarias para vivir la comunión, en la que podemos
vislumbrar la inmensidad del amor de Dios que alegra y
plenifica el corazón del hombre. La familia se funda en el
matrimonio, elevado también por Cristo a la dignidad de
sacramento, constituido por la unión estable, perdurable,
entre un varón y una mujer que comparten un proyecto común
abierto a la comunicación de la vida. Por eso no se la
puede equiparar a ningún otro tipo de
unión. Esa familia merece el título de
“santuario de la vida”. La vida humana, realidad preciosa y
sagrada, debe ser respetada desde su concepción hasta su fin
natural. Así lo reconocen también la Constitucional Nacional y
las de muchas Provincias. 2. Necesitamos leyes que promuevan
la vida Las leyes deben cuidar y defender
la vida, el primero de los derechos humanos -inalienable
e irrenunciable- y su “santuario” que es la familia. Por eso
quienes tienen responsabilidad de legislar deben procurar
hacerlo en el ámbito de un análisis sereno, abierto a la
verdad y respetuoso del bien común de la sociedad, conscientes
además del valor educativo que tienen las leyes. Una ley justa
ennoblece y promociona a la sociedad. Esto lo reiteramos
preocupados por la existencia de proyectos de ley que
pretenden legalizar el horrendo crimen del aborto.
También en el proceso de
crecimiento de la vida humana, consideramos inaceptables, y a
veces totalitarias, las leyes que tienden a imponer
planes de educación sexual en las escuelas sin
tener en cuenta el derecho primario y natural de los
padres a la educación de los hijos y sin referencia a
los valores morales y religiosos. 3. Recrear la convivencia
familiar La familia tiene por vocación
original ser escuela de humanidad, de sociabilidad y de amor.
En su seno se debe reconocer la propia dignidad, se debe
aprender a convivir y a descubrir la maravilla del amor. La
familia se convierte así en remedio por excelencia para
superar los efectos nocivos del desamparo y del abandono, con
trágicas consecuencias de violencia, delincuencia y
adicciones, que sufren especialmente los
jóvenes. Muchas veces el desamparo y
aún el abandono se deben a las condiciones de extrema
pobreza e incluso de miseria que aquejan a tantos grupos
familiares y a tantos ciudadanos en nuestra Patria. Urge
instaurar -lo decimos una vez más- una justicia demasiado
largamente esperada y promover la cultura del trabajo,
requisito necesario para un futuro más
humano. 4. Importancia e influjo de
los MCS No podemos dejar de mencionar, con
dolor, el influjo negativo que ejercen muchos medios de
comunicación sobre las familias. Renovamos por tanto, nuestro
llamado a los responsables de los mismos para que utilicen
estos modernos instrumentos a fin de promover los
auténticos valores que alienten a las familias y no las dañen
de ningún modo. 5. El compromiso de los agentes de
pastoral Somos conscientes del trabajo
generoso de los sacerdotes, de los consagrados y de tantos
agentes pastorales en favor de las familias. Les agradecemos
de corazón su servicio, los alentamos a continuar con
entusiasmo su labor y al mismo tiempo los instamos a
revisar y actualizar su formación, a fin de que a través
de una renovada catequesis pueda resplandecer el “evangelio de
la familia” y su belleza. Reconocemos, sin embargo, como
comunidad eclesial y particularmente como pastores, las
deficiencias en la atención y acompañamiento de las familias,
manifestadas por ejemplo en una predicación, una catequesis y
una educación escolar insuficientes; en orientaciones morales
a veces no plenamente concordes con la enseñanza de la
Iglesia; en la ausencia de consideración de temas
indispensables para la convivencia familiar, como la castidad
conyugal -recta vivencia de la sexualidad- y el mutuo respeto
debido entre sus miembros, especialmente con relación a la
mujer. Nos duele también comprobar que algunas situaciones
difíciles son tratadas sin suficiente espíritu de
misericordia. Persuadidos de la inestimable
importancia de la familia, queremos subsanar esas deficiencias
con una pastoral orgánica que la revalorice, y en ello
comprometer lo mejor de nuestros esfuerzos para atenderla y
ayudarla siguiendo las orientaciones del documento “Navega
mar adentro”. 6. Desde la experiencia de Dios
amor, renovar la familia El encuentro con el rostro de
Cristo vivo en el que brilla la feliz noticia de la
misericordia del Padre, abre nuestros corazones a la
comunión, la misión y la solidaridad. El Papa Juan Pablo II nos invita a
rezar en familia. La familia que reza unida permanece
unida y reproduce el clima de la casa de Nazareth: Jesús está
en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen
en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la
esperanza y la fuerza para el camino. Esa oración alcanza su
culmen cuando la familia participa de la Misa del
domingo. Anhelamos también que en el amor
manifestado en la cruz, las familias heridas por el dolor
o por cualquier clase de rupturas puedan transfigurar
sus situaciones y renovar la esperanza. Agradecemos a tantas familias de
nuestra Patria por su testimonio silencioso de alegría y
fidelidad al don de Dios, y las alentamos a no decaer en la
tarea de hacer de cada hogar una escuela de comunión,
solidaridad y santidad. A la Sagrada Familia encomendamos
todas las familias de nuestra Patria a quienes hacemos
llegar de corazón nuestro saludo afectuoso y nuestra
bendición. Los Obispos
de la Argentina, reunidos en la 86ª Asamblea
Plenaria __________________________________________________________ NOTIVIDA,
Año III, nº 187, 15 de noviembre de
2003 Editores:
Pbro. Dr. Juan C. Sanahuja y Lic. Mónica del Río Página
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